La literatura rusa proporcionó algunos de los más grandes novelistas de la etapa del realismo –segunda mitad del siglo XIX-. Nombres como los de Dostoievski, Tolstoi o Turgueniev son perfectamente equiparables a los de Flaubert, Balzac o Galdós en cuanto a calidad narrativa.

León Tolstoi
Con el agotamiento de las técnicas realistas, en occidente se impuso la tendencia naturalista patentada por Zola, que, en buena medida, era una acentuación del anterior. Pero de Rusia vino una suerte de realismo espiritual, es decir, una narrativa que -si bien externamente se diferenciaba poco de las fórmulas que venían utilizándose- en cuanto a los contenidos pretendía ir más allá de la fría descripción de la realidad social para introducir un componente de idealismo, unas veces religioso y otras presidido por cierta inclinación ascética.
Probablemente, a quién debe atribuirse mayor influencia en la aparición de esta corriente narrativa es a León Tolstoi (Yásnaya Poliana, Tula, 1828-1910), extraordinario escritor y personalidad singular. De familia aristocrática, heredó las posesiones que le vieron nacer, incluidos un buen número de siervos.
Tolstoi no dudó en aplicar en su latifundio sus crecientes ideales igualitarios. Vivía con sus siervos, para quienes, además fundó escuelas y a los que trató de legar la propiedad de las tierras. Su familia lo impidió. Igualmente, se le considera un precursor de las tesis pacifistas.
Pero, antes de todo esto, había publicado sus dos grandes obras, inscritas en el más tradicional realismo: Ana Karenina y Guerra y Paz, dos excepcionales novelas que preludiaban sus futuros ideales. También escribió numerosos cuentos de toda índole pero entre los que destacan los de contenido religioso y simbólico.

Casa de Tolstoi en Moscú
De ello es excelente ejemplo Lo malo atrae, pero lo bueno perdura, en el cual un terrateniente bondadoso con sus esclavos es puesto a prueba por uno de éstos –poseído por el Diablo-, con objeto de mostrar a los demás que el amo no es realmente un hombre tan bueno como parece. Pero el señor resulta vencedor ante las provocaciones de su siervo debido a que, si el señor de éste es el Diablo, el suyo es Dios y siempre se impone ante las maldades de aquél.
Se trata, por tanto, de un breve relato simbólico, de una especie de parábola sobre el Bien y el Mal, en el que muy fácilmente podrían hallarse rasgos autobiográficos de su autor, siempre comprometido con los más débiles de la sociedad y, como el protagonista de su cuento, un terrateniente que trataba muy bien a sus trabajadores.
Podeis leer el relato aquí.
Fotos: Tolstoi: Performing Arts en Flickr | Casa de Tolstoi en Moscú: Marmontel en Flickr